martes, 26 de julio de 2011

En La Revista Magazine

ENTREVISTA A IRMA ORTELLADO
Por Luciana Acosta *
Irma Ortellado, alumna de la Escuela de Educación Primaria de Adultos Nº 743 de nuestra zona, presentará el próximo 30 de noviembre en la 5ta. Feria del Libro su primera obra, "Huellas de una cabecita negra". En ella sintetiza la vida de una mujer que todos los días deshace a bordo de un carro los 10 kilómetros que separan su casa en el Paraje La Eudosia, hasta la Escuela Nº11 a la altura del kilómetro 27 de la Ruta 226 donde funciona esa escuela de adultos.
Irma está dispuesta a que su historia se conozca y así lo advierte de entrada: esta mujer de 48 años, que llegó hace tres décadas al Gran Buenos Aires proveniente de la cosecha de yerba mate de Misiones y que cada mañana recorre 10 kilómetros en un carro tirado por un caballo para estudiar, está convencida de que su experiencia servirá de ejemplo para otros que, como ella, debieron superar las interminables peripecias que se presentan en la vida.

Nota A Irma en La Nación

Los caminos secretos de las palabras
Graciela Melgarejo
LA NACION
Lunes 25 de enero de 2010 | Publicado en edición impresa
 
 
El verano puede ser también tiempo propicio para la reflexión; la prueba está que muchas publicaciones, aquí y en otras partes del mundo, lo aprovechan para editar suplementos especiales dedicados a "Las lecturas del verano".
Un e-mail de la lectora Ana Francisca Tolosa justifica este introito. Tolosa pregunta: "Leí en Espectáculos del 19/01, una muy buena crítica de Alejandro Cruz, «La violenta caída de los pilares de la sociedad biempensante», sobre la obra de teatro Un Dios salvaje. Me llamó la atención la palabra biempensante, no la conocía. ¿Está bien escrita?".
La palabra biempensante está bien escrita. Para corroborarlo vale la pena recurrir una vez más a esa fuente autorizada (de lectura altamente recomendable para todos los hablantes del español) que es el Diccionario panhispánico de dudas :"?Quien piensa de acuerdo con las ideas tradicionalmente dominantes de signo conservador.´ Se escribe siempre en una sola palabra: « Dos principales imputaciones se me hacían entre los biempensantes» (Laín Descargo [Esp. 1976]). Aunque frecuente en el uso, debe evitarse la grafía * bienpensante, ya que la ortografía española exige la escritura de m ante p ".
Es interesante reflexionar sobre cómo esta palabra se usa en la actualidad. En el artículo comentado por nuestra lectora, se está hablando de que "el público asistirá a una verdadera máquina compuesta por filosos dardos que arman el cuerpo central de este campo de batalla en el cual el pensamiento políticamente correcto occidental es sistemáticamente desarticulado". Pareciera que el "pensamiento políticamente correcto" de nuestros días ha venido a ocupar el lugar de "las ideas tradicionalmente dominantes de signo conservador" de antaño en la definición de biempensante.
Las palabras tienen una vida muchas veces secreta (como la película de Isabel Coixet, La vida secreta de las palabras) . Una que siguió un rumbo original es resiliencia, que del campo de la física se extendió en los años 70 al de la psicología, como "la capacidad de los seres humanos para sobreponerse a períodos de muy intenso dolor emocional".
¿Por qué mencionar aquí resiliencia? Porque de Mar del Plata, llegó, por correo, un envío de la lectora Marta Molina: un sobre con una carta y un libro de escasas 67 páginas. Molina escribe: "En su columna del 18/01, usted decía que la modernidad de las nuevas tecnologías no debería estar reñida con las estrategias de aprendizaje tradicionales. Lo recordé cuando me regalaron el libro que hoy le envío, Huellas de una cabecita negra, de la señora María Irma Ortellado (Editorial Martin). Por favor, si tiene tiempo, léalo (es muy corto), para que vea cómo las ganas de enseñar de una maestra y las ganas de aprender y volver a escribir de una alumna adulta se encontraron milagrosamente y dieron como fruto este librito".
El libro trae a manera de prólogo un facsimilar de una página manuscrita. Con su letra redonda, de trazo inseguro, María Irma escribe: " Espero de corazón que este libro les parezca alegre. Que le guste a mi madre, una mujer que luchó en el paisaje cautivador y agreste de la selva misionera para que sus ochos hijos no sufrieran hambre ni material ni espiritual. Que me supo trasmitir con total fidelidad las costumbres sencillas y savias de nuestros ancestros, los Guaraníes que conocen como nadie entre otras cosas, cómo hacer sentir importantes a sus niños y guardar respeto por sus viejos como lo que son: sagrados referentes".
Corresponde también transcribir el texto de contratapa, de la maestra de María Irma, la docente Silvia Lascar: "Llegué a su casa un día de invierno con una meta inalterable, invitarlos a volver a la escuela. Y el silencio del campo, lejos del ruido, se llenó de palabras. Me dijo: «¿Sabe que yo escribo?», trajo un cuaderno y frente a lo que suponía mi tarea, la «corrección ortográfica», tuve un sentimiento de imposibilidad porque cada frase estaba escrita con el cuerpo, con el error, con el alma. Siempre con el buen decir, el silencio cálido que sabe disimular dolores y transformarlos. Necesitamos a muchas Irmas para alentar las cualidades de los maestros".
© LA NACION
Graciela Melgarejo recibe los comentarios de los lectores por correo electrónico en lineadirecta@lanacion.com.ar


domingo, 24 de julio de 2011

¿Quién es Ñamandú?

Se trata de "El Verdadero, El Primero" de los dioses de la cosmogonía guaraní. Con la venida de los padres Jesuitas se lo cambió por Tupá, que si bien era una deidad, no era la suprema.
Así como se perdió el dios Ñamandú de la memoria del pueblo misionero, se sigue  olvidando aquellos provincianos que viajaron a la capital en busca de una vida mejor y vivieron grandes y pequeñas odiseas dignas de recordar.
La narradora personaje de la historia, Irma, conserva esa cosmovisión que concibe al universo como un ser vivo que se va desarrolando y al dar vida, proporciona asiento a sus habitantes, es decir, un lugar en el mundo, con una función muy importante: Ser Feliz.

¡Hola! ¿Cómo estás?

Mi nombre es María Irma Ortellado y soy oriunda de Santo Pipó, un pueblo de la provincia de Misiones cercano a San Ignacio de Loyola, donde vivó el célebre escritor uruguayo Horacio Quiroga.
Actualmente vivo en un campo en Sieera de los Padres con mi esposo Juan y mis hijos Facundo y María Belén, los soles de mi vida.
Te unvito a conocer mis secretos y a sentirte partícipe de ellos, sobre todo si sos nativo de Santo Pipó, ya que varios relatos se ubican en mi querido pueblito natal.

¿Cómo Conseguir el libro?

Envíe un correo a iortellado78@gmail.com  y nos comunicaremos con usted ! Valor $15

Gracias a la Señorita Silvia

Un sueño hecho realidad

Podría decirse que la docente, Silvia Lascar, de la Escuela 743 para adultos de la Gloria de la Peregrina, estimuló la decisión de María Irma Ortellado a plasmar en un libro su historia. La maestra cuenta que el anteaño pasado la alumna le mostró un cuaderno en el que había escrito su historia, una suerte de síntesis de una serie de situaciones. Lascar lo leyó y se conmovió. Entonces, le sentenció a Irma: "El año que viene se publica". ¿Cómo vamos a publicar el libro?, preguntó sorprendida la mujer. Así fue como encararon un trabajo comunitario. Después lo leyó el dramaturgo Marcelo Marán y le pareció interesante. Marán y la actriz Achu Bellido hicieron una obra teatral para recaudar fondos con los que lograron editar los primeros 100 ejemplares. Desde el principio la idea fue respetar el contenido y la forma en que estaba escrito. La hija de Marán los transcribió. La profundidad del relato es sorprendente porque se nota que fue elaborado con el cuerpo y con el alma más allá de estilos literarios. Irma está muy agradecida con todos lo que colaboraron, por caso, también, el artista plástico Mauro Valtorta, los diseñadores Marcos Alosi y Juan Sándehz, el fotógrafo Lucas Ruggirello y "todos los que hicieron posible este sueño".

En El Diario El Capital De Mardel

Historia de una mujer guaraní y sus "huellas de una cabecita negra"
María Irma Ortellado Vive en el campo. Está cursando la primaria en una escuela rural para adultos junto a sus hijos. Como tantos otros norteños, se asentó en esta región soñando con un futuro mejor. Es una lectora inagotable y acaba de publicar un libro en el que relata su experiencia.
por Daniel Della Torre
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dellatorre@lacapitalmdq.com.ar

María Irma Ortellado (48) se levanta todas las mañanas con los primeros destellos del alba. Cada día, mientras prepara mate amargo, recorre con la mirada el paisaje del campo donde sentó bases años atrás a unos cuarenta kilómetros de Mar del Plata.
La historia de esta mujer de origen guaraní, de gestos austeros y mirada profunda, revela por reflejo las vivencias de miles de hombres y mujeres que migran cada año hacia esta región con la idea de encontrar una vida mejor.
Lo curioso en Irma, y sin prejuicio alguno, es que atesora un riquísimo capital intelectual que adquirió durante años de lectura ávida y constante. Por sus manos rugosas y curtidas por el trabajo duro pasaron obras de los más variados autores de la literatura de todos los tiempos.
Hoy muestra con inocultable orgullo el libro que ella misma escribió y cuyo título sugiere un perfil asumido: "Huellas de una cabecita negra".
Nació en la provincia de Misiones, en un pequeño poblado cerca de San Ignacio. Es la más chica de una familia de ocho hermanos. Sus padres, una pareja de paraguayos mestizos, se dedicaban a cosechar yerba. Era muy pequeña cuando supo de las dificultades para enfrentar la vida entre la adversidad y la pobreza.
Recuerda que apenas tenía siete años cuando sintió en lo más recóndito de su ser que alguna vez le contaría a otros la experiencia que le tocó en suerte y el sacrificio que los suyos hacían para sobrevivir.
Aunque los hermanos estamos obligados a trabajar, recuerda que su madre, que era catequista, les exigía rigurosamente que concurrieran a la escuela. De ella heredó una profunda fe religiosa inspirada en el cristianismo y en la obra que los jesuitas dejaron en aquella región del litoral argentino.
Para Irma esa fue la base del conocimiento que hoy acredita. Quizás por eso está orgullosa de la arraigada cultura guaraní a la que pertenece y de la particular forma de vivir que tienen los indios.
Además, reconoce y valora el aporte de la escuela como herramienta para sostener una identidad tan fuerte que, entre otras cosas, le permitió ilustrarse para impedir "el avasallamiento de otras culturas".
Irma padece desde muy chica una enfermedad que le provoca cierto estupor en el cuerpo y aprendió, también, a convivir con ese trastorno que de alguna manera marcó su destino.

El gran paso

Cuando tenía dieciséis años su madre murió a causa de un cáncer. Fue entonces que los hermanos empezaron a migrar hacia Buenos Aires para buscar nuevos horizontes atraídos por los relatos de otros que se habían embarcado en ese proyecto. Ella les siguió los pasos. Y a poco de llegar a la gran ciudad encontró trabajo con casa y comida como otras tantas chicas de igual procedencia y origen.
Hoy cuenta que las familias del Conurbano "nos trataban de una manera familiar". Y trae a la memoria a una patrona que le prestaba libros para que se instruyera y continuara alimentando el interés por la lectura. En cambio, en la Capital trabajó para gente que aunque la respetaba, era más distante, más fría, e inevitablemente le hacía sentir "el rol de sirvienta, pero pagaban mejor".
Una de esas familias la trajo a Mar del Plata. Tenía campos en Balcarce y aquí transcurrían sus vacaciones. Así fue como conoció a quien hoy es su marido, con quien se casó hace veinticuatro años. De esa unión nacieron dos hijos: Facundo (20) y Belén (16).
En la actualidad viven en el campo, donde la Estancia "La Peregrina" se junta con Colonia Barragán.
"Siempre leí mucho. Soy una librepensadora. Me gusta mucho la cultura oriental, Herman Hesse y todo tipo de libro que enriquezca el espíritu...", dice Irma en una calurosa mañana de enero.
Y advierte que en esta época "la pobreza de bolsillo se vive como una tortura. Creo que la verdadera pobreza es intelectual y espiritual, y por eso asistimos a tanta decadencia. Ser pobre de bolsillo no habilita para pegarle a un abuelo y sacarle lo poco que tiene...", reflexiona.
En "Huellas de una cabecita negra" (que consiguió presentar en la última feria del libro de Mar del Plata), Irma relata su intimidad como una forma de "ir sacándose la ropa", por momentos con crudeza, y en otros, con singular simpatía.
La historia de esta mujer no es muy diferente a la de muchos que vienen desde el norte a buscar un futuro y se enfrentan ante un mundo distinto donde las diferencias sociales se hacen sentir.
"Los guaraníes tenemos la autoestima muy alta. No sufrimos la discriminación porque la dejamos correr hasta con una sonrisa aún en las situaciones más límites. Yo soy morocha, gorda y pelo duro. A veces, cuando entro a un negocio en la ciudad, siento que me miran raro. Pero lo tomo con humor. Los del litoral estamos muy seguros de nosotros mismos. Sin embargo, nos gustaría cambiar muchas cosas?", dice.


La vuelta a la escuela

En 2009 Irma retomó la escuela primaria. Junto a sus dos hijos, concurre a un establecimiento educativo rural en "La Gloria de La Peregrina". Todos los días recorren a caballo o en carro, según los mandatos del clima, veinte kilómetros entre ida y vuelta para completar el ciclo para adultos en la Escuela 743.
El marido de Irma trabaja en el campo. Hace "changas" rurales en estancias de la zona. Lo ocupan para domar caballos u ordeñar vacas. La familia tiene casa propia en cinco terrenos que utilizan para la huerta, la cría de gallinas y las vacas de ordeñe. Los hijos también se dedican al campo.
Los cuatro empiezan la jornada muy temprano. Irma advierte que por la tarde "me gusta que los chicos lean pero no los fuerzo. Los tres estamos en el tercer ciclo de la primaria para adultos", afirma orgullosa.
"La vida me fue golpeando y enseñando a dejar de lado la soberbia, a intentar ser más humilde", confiesa la novel escritora. Entiende que la realidad en la ciudad es muy distinta a la del campo: "Me causan mucha gracias las telenovelas que muestran a chicas que llegan del interior para forjarse el futuro y con sus virtudes, a los tres días, tienen superados todos los problemas".
Esas historias de ficción sirvieron, también, para decidir a Irma a escribir su historia. Se autodefine como una "analfabeta electrónica". Lee durante el día o a la luz de la vela por la noche ya que no tienen luz eléctrica.
Cree que antes la enseñanza era más ortodoxa y que ahora tiene contenidos más agradables. Ve a las maestras "más humanas que antes", más cerca del alumno y dispuestas a hablar de todo tipo de problemas. Hasta no hace mucho sus hijos "apenas deletreaban y ahora avanzaron bastante".
La familia vive de lo que produce. Con la leche hacen un queso semiduro que compran los vecinos bolivianos de Colonia Barragán. También venden huevos y el 70 por ciento de la comida diaria lo resuelven con las verduras que sacan de la huerta: "La sociedad de consumo no vive sin dinero. Pero en el campo las cosas son diferentes".
Irma dice que hay que contener a los chicos. Y que la vida en el ámbito rural le permitió ser madre en un ciento por ciento. "Si en la década del ?90 hubiésemos vivido en una villa de emergencia, hoy mis hijos estarían revolviendo basura para comer".
"Pienso que este país sería distinto si la tierra estuviese mejor repartida. Hay mucha concentración urbana. Yo no se nada de política. Lo que veo como madre es que con un pedacito de tierra y un poco de infraestructura, mucha gente estaría mejor de lo que está y se evitaría tanta villa".
Según Irma, si los pueblos del interior pudiesen florecer, "tendríamos un país maravilloso. Estamos mediatizados por esta cuestión. Lo que hace falta es un cambio de mentalidad. Que la gente se pueda valer por sí misma, con otras estrategias", reflexiona.

Un sueño hecho realidad